Se sacó una bolsa muy grande del bolsillo de la túnica, y la dejó caer sobre la mesa. La bolsa se abrió, y se desparramaron unas cuantas bolitas blancas, deformes, de aspecto algodonoso. Los alquimistas se las quedaron mirando.
-Qué es eso? -quiso saber Lully.
-Bueno -respondió Peavie, algo incómodo-, es lo que se obtiene de meter unos cuantos granos de maiz en un crisol del número 3, por ejemplo, junto con un poco de aceite para cocinar, casi se me olvida. Lo más importante es poner un plato encima del crisol, porque cuando empiezas a calentarlo hace bang... no un bang serio de los de siempre, un bang flojito por cada grano de maiz. Cuando dejan de estallar, quitas el plato, y el maiz se ha metamorfoseado en estas... en estas cosas... -Contempló los rostros extrañados, que no acababan de comprender-. Se comen -murmuró en tono apologético-. Si les echas mantequilla y sal, saben como a mantequilla salada.
Silverfish extendió una mano llena de zonas descoloridas por los productos químicos, y eligió con cautela una bolita deforme. La masticó con gesto pensativo.
-Saben como a cartón -dijo al final.
-Lo siento -se apresuró a disculparse el otro al tiempo que trataba de meter el resto del montoncito otra vez en la bolsa.
Silverfish puso la mano amablemente sobre su brazo.
- Tranquilo, tranquilo -lo calmó al tiempo que elegía otra bolita-, la verdad es que tienen un algo, a que si? Parecen lo "adecuado". Cómo has dicho que se llamaban?
-Aun no les he puesto nombre -respondió Peavie-. Los llamo pajarito
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